Marina Hemingway

La Habana, Cuba.

Luis había adquirido el "Tao" a muy buen precio a través de una oferta que encontró en internet. Tenía una distribución interior de amplias estancias; se notaba el gusto americano por los espacios abiertos. Disponía de un enorme arcón frigorífico, una cómoda cocina y cuatro literas en una estancia diáfana. El "Tao" era un barco ligero y muy rápido, pero ya acusaba el cansancio del tiempo y las millas. Lo compró en Miami y él, personalmente, estuvo allí reparando y  sustituyendo lo deteriorado para ponerlo a punto para llevárselo de los USA.

Pero el barco tenía muchas cosas que reparar y la estancia de Luis en Miami se alargo mas de lo previsto. Los días allí también consumían recursos y Luis se vio obligado a trasvasar parte de los recursos del Tao a él mismo.

Finalmente el Tao alcanzó unos mínimos de seguridad para navegar. Muy mínimos pero suficientes para navegar las apenas 90 millas hacia el Sur, con mar y viento favorables, que le separaban de Cuba, un lugar más amigable y barato para completar la puesta a punto del Tao.

La estancia en Cuba no era tan costosa como en Miami. Pero si mucho tenía muchas más opciones de diversión y el año que el Tao estaba autorizado a permanecer como "transeunte" pasó volando. En ese año en el que el Tao no había navegado y su estado era el mismo, siendo optimista, que cuando llegó a la Marina Hemingway.

En esa marina es donde debía encontrarme con Luis para llevar al Tao hasta la República Dominicana. La providencia, bendita providencia, quiso que coincidiese con un viejo amigo y patrón, Alberto Kelone,  en la Terminal 4 de Madrid-Barajas. El iba a enrolarse en el "Ezaro", en navegación por aguas cubanas en aquellos días. Pero finalmente "Ezaro" y Alberto no se encontraron y éste decidió unirse a los planes del Tao. Ahora seriamos tres. 

Ante de salir revisamos el barco. Enseguida nos dimos cuenta de que tenia muchas cosas que mejorar para poder hacer la travesía prevista, hasta la Marina de Bartolomé Colón, en el Rio Ozuma de Santo Domingo, República Dominicana, con un mínimo de garantías. 

No era fácil encontrar en Cuba las piezas y el material de reparación que el Tao requería. Se hacía  lo que se podía con lo que se encontraba y el zarpe desde La Habana fue retrasándose. Las semanas que eso duró nos dio la oportunidad de conocer La Habana. Hacía ya casi un año que Luis había llegado de Miami, conocía muy bien sus rincones y entendimos que La Habana le atrapara. 

Tras pasar el día casi completo haciendo trámites e inspecciones  en despachos de distintas administraciones Cubanas, finalmente salimos de la Manira Hemingway. Decidimos ir hacia el W y rodear Cuba por el Sur, protegidos del viento y mar alisio.

La navegación hasta el Cabo de San Antonio fue una maravilla. El Tao se deslizaba, a 9 nudos y casi sin romper, el agua empujado por suaves vientos portantes. 

Al doblar el cabo intentamos fondear para descansar en María La Gorda, dentro de la Bahía de Corrientes. Pero el nombre era apropiado, el tenedero muy malo y llevábamos muy poca cadena para todo eso. Continuamos navegación hacia Isla Juventud. Con buen viento y la mar plana que quedaba al socaire de esa isla el Tao volaba suavemente sobre las aguas.

Pero tal como íbamos saliendo de la protección de Isla Juventud el viento fue arreciando y la altura de la ola iba creciendo. Llevábamos todo el trapo arriba y Tao comenzó a cabecear con la ola. 

Bien entrada la noche oímos chasquidos a pie de palo. Las cuñas que lo sujetaban estaban saltando una tras otra y la fibra de la cubierta se estaba agrietando. ¿Sería suficiente suficiente tomar rizos? Lo mas sensato sería arriarlo todo para descargar el palo, navegar esa noche a motor y al día d¡siguiente, con luz, analizar los daños que tenía el palo y estudiar soluciones. No podíamos permitirnos desarbolar.

Pero al darle al botón el motor no arrancaba. Fue al levantar el plan cuando nos dimos cuenta de que estaba todo él bajo el agua y los cables de la bomba de achique eléctrica rotos y enredados con el eje del motor. Había que achicar todo aquella agua a mano. Eso sería lo primero, pero al mismo tiempo localizar la vía de agua. Mentalmente pensé donde estaría la costa de sotavento más próxima y cuanto iba a tardar la deriva en dejarnos allí, si es que conseguiamos, al menos, mantener al Tao flotando. A sotavento no había nada. Solo el Mar Caribe. Eso era tan tranquilizador como agobiante. 

El nivel del agua parecía menguar. Eso ya es en si mismo una tremenda fuente de alegría cuando estas en aguas en las que no hay nadie navegando y mucho menos un servicio de Salvamento Marítimo. No tardamos en ver que alguien había cortado una manguera de salida del arcon-nevera por donde le había venido bien. Si, por encima de la linea de flotación, pero no tapono la salida de modo que al escorar el barco el agua entraba a borbotones y desde que salio de Miami, con vientos portantes, Tao no había tenido necesidad alguna de escorar.

Tapada la vía de agua y achicada toda la que había en la sentina ya podíamos continuar. Es entonces cuando vimos que apenas quedaba energía en la batería, que había estado también cubierta por el agua. Los intentos de arranque fueron angustiosos. Creo que aquel motor arrancó más empujado por nuestras mentes que por los amperios de aquella batería, que ya no debía quedar ni uno solo.

Finalmente Luis arrancó el motor y, despacio, arribamos a Cayo Largo.

Nunca podré agradecer suficiente a la Virgen del Carmen el encuentro en la Terminal 4 con Alberto K. Algunos recuerdos de ese  viaje todavía me causan pesadillas.

Alberto